Navidad 2020.
Sugerencias de trabajo para la temporada, que a l@S alumn@s les gustará.Cuento navideño para niños de Charles Dickens
Cuento de Navidad fue escrito por Charles Dickens en 1843 y llevó el título original de Christmas Carol (cántico de Navidad) y cuenta la historia de un hombre malvado y huraño cambia su forma de ser durante unas frías navidades debido a la visita de tres fantasmas.
Es un cuento navideño perfecto para educar a los niños en el valor de la amabilidad y la generosidad.
Ebenezer Scrooge era un empresario y su único socio Marley había muerto. Scrooge era una persona mayor y sin amigos. Él viva en su mundo, nada le agradaba y menos la Navidad, decía que eran paparruchas. Tenía una rutina donde hacía lo mismo todos los días: caminar por el mismo lugar sin que nadie se parara a saludarlo.
Era víspera de Navidad, todo el mundo estaba ocupado comprando regalos y preparando la cena navideña. Scrooge estaba en su despacho como siempre con la puerta abierta viendo a su escribiente, que pasaba unas cartas en limpio, y de repente llegó su sobrino deseándole felices navidades, pero este no lo recibió de una buena manera sino al contrario, su sobrino le invito a pasar la noche de Navidad con ellos, pero él lo despreció diciendo que eso eran paparruchas. Su escribiente llamado Bob Cratchit seguía trabajando hasta tarde aunque era noche de Navidad, Scrooge le dijo un día después de Navidad tendría que llegar más temprano de lo acostumbrado para reponer el día festivo.
Scrooge vivía en un edificio frío y lúgubre como él. Cuando ya estaba en su cuarto algo muy raro pasó: un fantasma se le apareció, no había duda de quién era ese espectro, no lo podía confundir, era su socio Jacobo Marley le dijo que estaba ahí para hacerlo recapacitar de cómo vivía porque ahora él tenía que sufrir por la vida que había tenido anteriormente. Le dijo que en las siguientes noches vendrían 3 espíritus a visitarlo.
En la primera noche, el primer espíritu llegó, era el espíritu de las navidades pasadas, éste lo llevo al lugar donde él había crecido y le enseñó varios lugares y navidades pasadas, cuando él trabajaba en un una tienda de aprendiz; otra ocasión donde estaba en un cuarto muy sólo y triste y también le hace recordar a su hermana, a quien quería mucho.
A la segunda noche el esperaba al segundo espíritu. Hubo una luz muy grande que provenía del otro cuarto, Scrooge entro en él, las paredes eran verdes y había miles de platillos de comida y un gigante con una antorcha resplandeciente, era el espíritu de las navidades presentes. Ambos se transportaron al centro del pueblo donde se veía mucho movimiento: los locales abiertos y gente comprando cosas para la cena de Navidad. Después lo llevo a casa de Bob Cratchit y vio a su familia y lo felices que eran a pesar de que eran pobres y que su hijo, el pequeño Tim estaba enfermo. Finalmente lo lleva a la casa de su sobrino Fred donde vio como gozaban y disfrutaban todos de la noche de Navidad comiendo riendo y jugando. Después de esto regresó a su cuarto.
A la noche siguiente, esperaba al último espíritu, pero este era oscuro y nunca le llegó a ver la cara. Era el espíritu de las navidades futuras, quien le mostró en la calles que la gente hablaba que alguien se había muerto. Después lo llevó a un lugar donde estaban unas personas vendiendo las posesiones del señor que había muerto, y también le enseñó la casa de su empleado Bob donde pudo ver que su hijo menor había muerto y que todos estaban muy tristes. Por último, lo llevó a ver cadáver de este hombre que estaba en su cama tapado con una sábana, y al final, le descubrió quien era el señor que había muerto… Era él mismo, Ebenezer Scrooge.
Cuando el despertó se dio cuenta que todo había sido un sueño y que ese día era día de Navidad, se despertó con mucha alegría, le dijo a un muchacho que vio en la calle que fuera y comprara el pavo más grande y que lo mandara a la casa de Bob Cratchit. Salió con sus mejores galas muy feliz porque podía cambiar y se dirigió a casa de su sobrino, al llegar lo saludó y le dijo que había ido a comer y estuvo con ellos pasándosela muy bien. Al día siguiente en la mañana le dio a su trabajador un aumento y desde entonces fue un buen hombre a quien todos querían. El hijo menor de Bob, el pequeño Tim, grita contento. ¡Y que Dios nos bendiga a todos!
Cuento navideño para niños de Charles Dickens
Nombre del alumno Grupo |
¿Para ti qué significa la generosidad? | |
¿Para ti qué significado tiene la amabilidad? | |
¿Sólo en Navidad se debe ser amable y generoso? | |
¿A ti, te gusta la época de Navidad? | |
¿Por qué? | |
¿Qué significado tiene la Navidad para ti? |
El cocinero de Nochebuena. Cuento de Navidad
En sueños, se vio a sí mismo convertido en Papá Noel, con un abultado saco al hombro y viajando a bordo de un trineo que se deslizaba tirado por una fuerza invisible, sin ciervos ni renos. No sabía hacia donde se dirigía pero parecía que el trineo sí sabía cuál era su lugar de destino.
Finalmente, el trineo se detuvo ante la puerta de una rústica casita en el bosque, de cuya chimenea escapaba un inmaculado y cálido humo blanco. Llamó a la puerta y ésta se abrió inmediatamente, pero nadie apareció tras ella. El cocinero entró y se encontró un salón condecorado navideño, lo que le provocó una profunda y tierna sensación hogareña.
Allí había una chimenea encendida que iluminaba toda la habitación con sus llamas y de ella colgaban varios calcetines que esperaban a estar llenos de regalos. En el centro del comedor había una acogedora mesa, con velas encendidas y con todo dispuesto para ser cubierta con ricos manjares. En la casita no había nadie pero, sin embargo, se sentía acompañado por presencias invisibles.
Depositó el saco en el suelo y empezó a latir su corazón a gran velocidad y a temblarle las manos mientras abría la bolsa que no sabía lo que contenía sentado en una mullida butaca junto a la chimenea. Lo primero que apareció fue una bella sopera con una reconfortante sopa de crema, hecha con una gallina entera, aderezada con unos diminutos dados de su pechuga.
Levantó la tapa y una oleada de vapor repleto de aromas empañó sus gafas. Después, un dorado y casi líquido queso Camembert hecho al horno, con aromas de ajo y vino blanco, acompañado de un crujiente pan hizo que su boca se llenara de agua; hundió la nariz en él y lo depositó sobre la mesa.
Su tercer hallazgo fue una pierna de cerdo rellena con ciruelas pasas y beicon ahumado que venía acompañada de un sinfín de guarniciones, cada cual más apetitosas: cremoso puré de patata aromatizado con aceite de ajo y con mostaza, salsas agridulces y chutneys irresistibles, compota de manzana con vinagre y miel... ¡de ensueño!.
Dispuso la inmensa fuente en el centro de la mesa y aspiró los intensos aromas que aquella sinfonía de contrastes culinarios le ofrecía. En un rincón del salón, reparó en una mesita auxiliar dispuesta para los postres y allí colocó un crujiente strudel de manzana y nueces y una espectacular anguila de mazapán, una dulcera de cristal que albergaba una deliciosa compota de Navidad al Oporto y un insólito helado de polvorones.
Apenas podía creer lo que estaba sucediendo, se sentía embargado por la emoción. El menú tocaba a su fin y comprendió que era hora de abandonar aquella cálida casita, para dejar que sus moradores disfrutaran en la intimidad de las exquisitas viandas que había traído en su saco.
Pensó que los manjares se enfriarían si no lo hacían pronto, pero comprendió que el calor, material y espiritual, que invadía todos y cada uno de los rincones de la estancia se encargaría de mantenerlos a la temperatura adecuada. Como toque final a su visita, llenó los calcetines de la chimenea con figuritas de mazapán, polvorones y turrones, que sin duda harían las delicias de los niños... y de los menos niños.
Le despertó el borboteo de un caldo que había dejado en el fuego y que amenazaba con desbordar el puchero. Era ya de madrugada, pero aún tenía tiempo de ponerse manos a la obra y elaborar el menú de la casita del bosque. La fuerza invisible que guiaba el trineo no era otra cosa que el amor que el cocinero sentía por el mundo de la cocina.
El cocinero de Nochebuena. Cuento de Navidad | |
Alumno (a) Grupo | |
Este cuento relata la historia de un cocinero que tenía que preparar una deliciosa y sabrosa cena de Nochebuena. Siempre se le ocurrían ideas brillantes, pero había trabajado tanto los meses anteriores que no estaba nada inspirado, perdió su imaginación en un momento tan importante del año. Se pasaba el día ideando menús navideños, pero ninguno de ellos lograba satisfacerle. Y entre menú y menú desechado, llegó la víspera de Navidad. Tan cansado estaba el cocinero, que se quedó profundamente dormido en la mesa de la cocina rodeado de libros y cuadernos de recetas. | |
Imagina y dibuja la casita del bosque, con decorado navideño, la chimenea y los calcetines con regalos | |
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La niña de los fósforos
¡Qué frío hacía!; nevaba y comenzaba a oscurecer; era la última noche del año, la noche de San Silvestre. Bajo aquel frío y en aquella oscuridad, pasaba por la calle una pobre niña, descalza y con la cabeza descubierta. Verdad es que al salir de su casa llevaba zapatillas, pero, ¡de qué le sirvieron! Eran unas zapatillas que su madre había llevado últimamente, y a la pequeña le venían tan grandes, que las perdió al cruzar corriendo la calle para librarse de dos coches que venían a toda velocidad. Una de las zapatillas no hubo medio de encontrarla, y la otra se la había puesto un mozalbete, que dijo que la haría servir de cuna el día que tuviese hijos.
Y así la pobrecilla andaba descalza con los desnudos piececitos completamente amoratados por el frío. En un viejo delantal llevaba un puñado de fósforos, y un paquete en una mano. En todo el santo día nadie le había comprado nada, ni le había dado un mísero chelín; volvíase a su casa hambrienta y medio helada, ¡y parecía tan abatida, la pobrecilla! Los copos de nieve caían sobre su largo cabello rubio, cuyos hermosos rizos le cubrían el cuello; pero no estaba ella para presumir.
En un ángulo que formaban dos casas -una más saliente que la otra-, se sentó en el suelo y se acurrucó hecha un ovillo. Encogía los piececitos todo lo posible, pero el frío la iba invadiendo, y, por otra parte, no se atrevía a volver a casa, pues no había vendido ni un fósforo, ni recogido un triste céntimo. Su padre le pegaría, además de que en casa hacía frío también; sólo los cobijaba el tejado, y el viento entraba por todas partes, pese a la paja y los trapos con que habían procurado tapar las rendijas. Tenía las manitas casi ateridas de frío. ¡Ay, un fósforo la aliviaría seguramente! ¡Si se atreviese a sacar uno solo del manojo, frotarlo contra la pared y calentarse los dedos! Y sacó uno: «¡ritch!». ¡Cómo chispeó y cómo quemaba! Dio una llama clara, cálida, como una lucecita, cuando la resguardó con la mano; una luz maravill osa. Le pareció a la pequeñuela que estaba sentada junto a una gran estufa de hierro, con pies y campana de latón; el fuego ardía magníficamente en su interior, ¡y calentaba tan bien! La niña alargó los pies para calentárselos a su vez, pero se extinguió la llama, se esfumó la estufa, y ella se quedó sentada, con el resto de la consumida cerilla en la mano.
Encendió otra, que, al arder y proyectar su luz sobre la pared, volvió a ésta transparente como si fuese de gasa, y la niña pudo ver el interior de una habitación donde estaba la mesa puesta, cubierta con un blanquísimo mantel y fina porcelana. Un pato asado humeaba deliciosamente, relleno de ciruelas y manzanas. Y lo mejor del caso fue que el pato saltó fuera de la fuente y, anadeando por el suelo con un tenedor y un cuchillo a la espalda, se dirigió hacia la pobre muchachita. Pero en aquel momento se apagó el fósforo, dejando visible tan sólo la gruesa y fría pared.
Encendió la niña una tercera cerilla, y se encontró sentada debajo de un hermosísimo árbol de Navidad. Era aún más alto y más bonito que el que viera la última Nochebuena, a través de la puerta de cristales, en casa del rico comerciante. Millares de velitas, ardían en las ramas verdes, y de éstas colgaban pintadas estampas, semejantes a las que adornaban los escaparates. La pequeña levantó los dos bracitos... y entonces se apagó el fósforo. Todas las lucecitas se remontaron a lo alto, y ella se dio cuenta de que eran las rutilantes estrellas del cielo; una de ellas se desprendió y trazó en el firmamento una larga estela de fuego.
«Alguien se está muriendo» -pensó la niña, pues su abuela, la única persona que la había querido, pero que estaba muerta ya, le había dicho-: Cuando una estrella cae, un alma se eleva hacia Dios.
Frotó una nueva cerilla contra la pared; se iluminó el espacio inmediato, y apareció la anciana abuelita, radiante, dulce y cariñosa.
-¡Abuelita! -exclamó la pequeña-. ¡Llévame, contigo! Sé que te irás también cuando se apague el fósforo, del mismo modo que se fueron la estufa, el asado y el árbol de Navidad. Se apresuró a encender los fósforos que le quedaban, afanosa de no perder a su abuela; y los fósforos brillaron con luz más clara que la del pleno día. Nunca la abuelita había sido tan alta y tan hermosa; tomó a la niña en el brazo y, envueltas las dos en un gran resplandor, henchidas de gozo, emprendieron el vuelo hacia las alturas, sin que la pequeña sintiera ya frío, hambre ni miedo. Estaban en la mansión de Dios Nuestro Señor.
Pero en el ángulo de la casa, la fría madrugada descubrió a la chiquilla, rojas las mejillas, y la boca sonriente... Muerta, muerta de frío en la última noche del Año Viejo. La primera mañana del Nuevo Año iluminó el pequeño cadáver, sentado, con sus fósforos, un paquetito de los cuales aparecía consumido casi del todo. «¡Quiso calentarse!», dijo la gente. Pero nadie supo las maravillas que había visto, ni el esplendor con que, en compañía de su anciana abuelita, había subido a la gloria del Año Nuevo.
Hans Christian Andersen
La vendedora de fósforos | |
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La estrella de Navidad
La noche en que los ángeles visitaron a los tres pastores, las ovejas estaban muy inquietas. Los pastores se habían reunido alrededor del fuego y hablaban muy nerviosos:
—Un Rey niño, sin Corte ni Caballeros…
—¡Pero de gran poder!
—Con mucho más poder del que jamás tuvo un Rey.
—Y que, sin embargo, es bondadoso y lleno de compasión. ¡Sin duda será el Rey que nos dará paz y alegría!
—Vayamos a Belén a conocer a este Rey recién nacido —sugirió el pastor de mayor edad.
—Pero, ¿cómo le vamos a encontrar? Todo lo que sabemos es que lleva pañales y duerme en un pesebre.
—Si pudiéramos volar por encima de la ciudad y ver dentro de todas las casas como si fuéramos los ojos de las estrellas... ¡Estoy seguro de que las estrellas saben dónde nació el Niño Jesús!
Los tres pastores levantaron la mirada al cielo y, de repente, todas las estrellas se empezaron a mover.
Muy lentamente, todas las estrellas se iban aproximando la una de la otra, cada vez más cerca, hasta que acabaron fundiéndose para formar una única y grandiosa estrella. La reluciente cola de la estrella dejaba un rastro de destellos en el intenso azul oscuro de la noche.
Un momento después, la estrella se sumergió en el horizonte. Los pastores recogieron rápidamente todas sus pertenencias. Después juntaron sus rebaños y siguieron a la misteriosa estrella que les guiaba hacia Belén, donde verían al Niño Jesús.
Había un Rey en Oriente que vivía en un espléndido palacio. Cuando vio la estrella aquella noche se acordó de una vieja profecía que decía que habría un Rey de Reyes, un Señor entre los Señores, un Príncipe de la Paz. Después de muchos años de sufrir el dolor de la guerra, él y su pueblo ansiaban que llegara el tiempo en que reinaría la armonía entre las naciones.
El Rey y sus sirvientes contemplaron la estrella desde un gran balcón. El resplandor de la luz que desprendía se reflejaba como rayos de sol en las doradas cúpulas de su palacio.
—Este Niño ha venido para mostrarnos el camino a la paz —dijo el Rey—. Iré y le daré la bienvenida. Esta fulgurante estrella en el cielo me guiará.
Así que el Rey partió de su palacio con unos ricos presentes para el joven Príncipe.
Aquella misma noche encontró a otros dos Reyes, que también seguían la estrella, y les dijo:
—Vayamos juntos a encontrar al Príncipe de la Paz. Ofrezcámosle nuestros presentes, nuestra fe y nuestro amor.
Y así fue como los Reyes atravesaron el desierto en su camino a Belén.
La intensidad de la luz de aquella estrella era tal que penetraba incluso en lo más profundo y oscuro del bosque.
«Debe haber luna llena», pensó el lobo. Y empezó a aullar.
Pero cuando la luz creció, los animales, curiosos, corrieron hasta la linde del bosque y elevaron sus ojos al cielo.
El búho les estaba esperando y les dio la noticia:
—Ha nacido un Niño —les dijo—. Es el Niño Jesús, que amará y cuidará todas las cosas vivas. Esta luz brillante en el cielo es la estrella de su gloria que nos llama para que vayamos a Belén.
Conducidos por la luz, todos los animales se pusieron en camino con gran valentía.
Finalmente la estrella se fue a posar sobre un pequeño establo y lo bañó con su luz pura.
Todos querían honrar al Niño y celebrar el espíritu de armonía que les había reunido a todos. El león se tumbó entre las ovejas y el zorro entre las liebres, y los Reyes más poderosos de Oriente hablaron con los humildes pastores como si todos fuesen hermanos.
La paz y el silencio, como una manta, arroparon la tierra. En el establo, el Niño Jesús se durmió y la gloriosa estrella de Navidad lo iluminó todo como un faro de esperanza.
Marcus Pfister
La estrella de Navidad
Barcelona, Parramón, 1995
La estrella de Navidad |
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